Dos nombres para millones de víctimas

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La pobreza en mujeres es una de las causas que provoca que cada año millones de mujeres y niñas sean víctimas de la explotación sexual. Bajo la mentira de una vida mejor, de un trabajo y de un salario, las redes mafiosas, camufladas muchas veces entre gente conocida, engañan a quienes están dispuestas a todo para sobrevivir. Anesvad trata de visibilizar esta dura problemática.

Pobreza en mujeres y niñas

Noy y Tuk son un claro ejemplo. Aunque no se llaman Noy y Tuk. Por razones de seguridad hemos cambiado su identidad. Las mafias no perdonan a quienes escapan. Y fue su caso. Después de un drama que duró demasiado tiempo y al que estas dos jóvenes, adolescentes, no tendrían que haberse enfrentado nunca.

De familias humildes y sin estudios, ambas son originarias de un pequeño poblado a orillas del Mekong a un par de kilómetros de la capital de Laos. En abril de 2010, cuando Noy y Tuk tenían solamente 15 años, una mujer de unos 50 años que vivía en el mismo pueblo se les acercó. Les dijo a ellas y a sus madres que tenía una buena oportunidad de trabajo para ellas, que les haría ganar un buen salario trabajando en una tienda de ropa en Tailandia. Las chicas, recelosas, se negaron al principio. La mujer les aseguró que ella acababa de enviar a sus dos hijas hacia allá, que las condiciones eran buenas y el viaje muy seguro. Otra adolescente del área, llamada Lot, se acercó y confirmó que ella también se sumaba al viaje, convencida de que era una buena oportunidad. Esto les convenció.

La realidad que les esperaba era bien distinta

Lo que ambas desconocían era que la mujer y la joven formaban parte de una red de trata. La realidad que les esperaba era bien distinta. Noy, Tuk, Lot y otra chica fueron transportadas en un pequeño barco por el rio Mekong a las 6 de la mañana. No llevaban papeles, documentos de identidad ni dinero con ellas. Una vez en Tailandia, al otro lado del río, fueron conducidas a otra casa, que pertenecía a la hermana de la traficante. Después de la cena, fueron recogidas por una tercera mujer, también en la cincuenta. Esta era la propietaria del bar karaoke a donde las niñas se dirigían a trabajar –aún sin ellas saberlo- como prostitutas.

Tenían que aceptar al menos 10 clientes al día

De camino al pueblo donde el bar karaoke estaba situado, las chicas fueron detenidas por la policía. Esta les permitió continuar su camino sin ni siquiera pedirles la documentación. Al llegar, la propietaria del bar encerró a las niñas en un cuarto. No salieron durante dos días, hasta que les dijo que necesitaba que empezaran a trabajar. Las niñas estaban aterradas. Cuando fueron obligadas a vestir ropas provocativas no se atrevieron a negarse. Empezaron a trabajar allí con otras ocho niñas. En total eran seis de Laos y cuatro de Tailandia. Dos de las chicas de Laos resultaron ser las hijas de la propietaria.

Durante un año entero, estuvieron prisioneras en aquel lugar y forzadas a trabajar como prostitutas. Tenían que aceptar al menos 10 clientes al día. Además, salvo que estuvieran muy enfermas, no podían dejar de trabajar bajo ninguna circunstancia. Incluso en el caso de grave enfermedad, no les estaba permitido ir a visitar a un médico. La propietaria les administraba directamente algún medicamento. Las chicas trabajaban también durante la noche, sin poder irse a dormir algunos días hasta las 4am. Una vez se acostaban, si algún cliente llegaba, debían levantarse y trabajar.

Una nueva vida

Un día, un policía entró en la casa simulando ser un cliente. Se trataba de una redada de la que la propietaria no había sido advertida previamente. Finalmente, las chicas pudieron dejar la casa. La traficante se las arregló para escaparse.

Las chicas fueron conducidas a un centro de acogida al norte de Tailandia. Allí fueron alojadas a salvo durante 10 meses, y recibieron ayuda psicológica y médica. Antes de ser enviadas al centro de Vientián, decidieron pasar por el pueblo donde la traficante de niñas estaba viviendo para denunciarla a las autoridades locales. Posteriormente fue arrestada.

En el centro que apoyamos junto a AFESIP en Vientián, están a salvo de futuras amenazas de trata. Además, son formadas para adquirir nuevas habilidades, disfrutan de buenos cuidados de salud, apoyo psicológico, y si fuera necesario, de ayuda a sus familias.

Esta historia tan terrible, cruda realidad de la pobreza en mujeres y niñas y de todo a lo que deben enfrentarse, sucede en muchos otros países en la zona del Mekong casi a diario.

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