Naciones Unidas determina el desarrollo de los países a través del Índice de Desarrollo Humano (IDH). Este se rige por tres parámetros: educación, ingreso per cápita y esperanza de vida. Hablemos de esta última.
Hay lugares en el mundo donde la pobreza es extensa y preocupante. El vasto territorio que ocupa el África Subsahariana comprende algunos de esos territorios. Naciones Unidas utiliza una medida para evaluar el desarrollo de los países que actualmente atraviesan esa condición: el Índice de Desarrollo Humano (IDH).
La esperanza de vida, uno de los tres factores del IDH
El IDH es el acrónimo de Índice de Desarrollo Humano que se utiliza para evaluar el desarrollo de los países. Fue introducida por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en 1990 y se compone de tres factores principales:
- Educación: este componente se mide a través de dos subindicadores:
— Años promedio de escolarización: representa el promedio de años de educación recibidos por las personas de 25 años o más.
— Años esperados de escolarización: indica el número total de años de escolarización que se espera que un niño de edad escolar actual reciba, suponiendo que las tasas de matriculación a lo largo de su vida permanecen constantes. - Ingreso Nacional Bruto (INB) per cápita: ajusta el Producto Interno Bruto per cápita por la Paridad de Poder Adquisitivo (PPA). Mide el nivel de vida y la capacidad de una persona para acceder a bienes y servicios.
- Esperanza de vida al nacer: refleja las condiciones de salud y la longevidad de la población.
Ahondando un poco en esta última, la esperanza de vida al nacer es el promedio de los años que se espera que viva una persona desde su nacimiento, asumiendo que las tasas de mortalidad en el momento de su nacimiento se mantendrán constantes a lo largo de su vida. Este indicador refleja las condiciones generales de salud y bienestar en un país, incluyendo factores como la calidad del sistema de salud, el acceso a servicios médicos, la nutrición, la seguridad y la calidad del medio ambiente.
El impacto de las enfermedades en la esperanza de vida no solo es una cuestión de salud pública, sino también de desarrollo económico y social.
Los peores Índices de Desarrollo Humano del mundo en África
Como contamos anteriormente África alberga a muchos de los países con los peores Índices de Desarrollo Humano (IDH) del mundo. Entre los factores que señalan a la baja se incluyen la pobreza, los conflictos, la falta de acceso a servicios de salud y educación, y otros desafíos socioeconómicos y políticos.
Es el caso de Níger, uno de los IDH más bajos del mundo, con desafíos significativos en relación a la inseguridad alimentaria, el acceso limitado a servicios de salud y educación y sus altas tasas de fertilidad. O de República Centroafricana, país devastado tras años de conflicto armado cuya infraestructura de salud y educación se encuentra en gran debilidad. Chad también enfrenta una combinación de desafíos, incluidos conflictos internos, pobreza extrema, falta de infraestructura básica y un sistema educativo débil.
Sudán del Sur —debido a sus conflictos étnicos, causantes de desplazamientos masivos y crisis humanitarias—, Burundi —extremadamente dependiente de una agricultura de subsistencia afectada por la degradación del suelo—, Mali —estigmatizada por los conflictos armados y terrorismo en el norte—, Mozambique y Sierra Leona se encuentran en situación similar.
El impacto de las enfermedades en la esperanza de vida
Todos estos factores inciden a corto, medio o largo plazo en el IDH, pero las enfermedades tienen un impacto inmediato en la esperanza de vida de las personas. Hay que seguir señalando la incidencia severa que tienen las enfermedades infecciosas (como el VIH/SIDA, la malaria y la tuberculosis), las enfermedades no transmisibles (las cardiovasculares o la diabetes) y las condiciones relacionadas con la pobreza y la falta de infraestructura (como la desnutrición y el acceso limitado a la atención médica).
Merece la pena recordar, dentro de esto pero a la vez de un modo especial, que las ETDs afectan la esperanza de vida de un modo determinante, pues están detrás del aumento de la mortalidad infantil (especialmente debido a las enfermedades diarreicas y el cólera), de la amenaza para la salud de los adultos (sobre todo la fiebre tifoidea y las hepatitis A y E, la esquistosomiasis y la dracunculiasis) y del deterioro en la nutrición.
Contra todo esto solo cabe seguir trabajando con la guardia alta y las prioridades claras: mejorar las infraestructuras, la educación, la sanidad y el acceso a servicios de salud hasta lograr romper el ciclo de enfermedades y mejorar la calidad de vida y la longevidad de las poblaciones afectadas.