La desigualdad de género tiene consecuencias en el desarrollo de África

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Las mujeres de África son parte indispensable del desarrollo sostenible del continente, pero aún hoy se enfrentan a la falta de igualdad en aspectos legales, económicos, políticos y sociales.

Las mujeres de África contribuyen en gran medida a la economía del continente. Son más activas económicamente como agricultoras y empresarias que las mujeres de cualquier otra región del mundo. Son las mujeres las que cultivan la mayor parte de los alimentos de África y las que poseen un tercio de todas las empresas.

Además, en el continente se han producido muchos avances recientes en materia de empoderamiento de la mujer, incluidos cambios en las leyes para promover la igualdad de derechos de las mujeres. Muchos países africanos han cerrado la brecha de género en la educación primaria. En 11 países africanos, las mujeres ocupan cerca de un tercio de los escaños en los parlamentos, más que en Europa.

Aún y todo, persisten muchos niveles de discriminación y desigualdad en el continente que impiden el pleno desarrollo de las mujeres en las sociedades africanas. Esta discriminación viene en forma de leyes, normas sociales y prácticas que ahondan en la brecha de la desigualdad respecto a los hombres.

Aunque existe una gran variación entre los distintos países africanos, la región muestra altos niveles de discriminación en cuanto a la dinámica intrafamiliar y los roles de cuidado, y el entorno laboral, así como prácticas omnipresentes y perjudiciales, como la violencia doméstica y la mutilación genital femenina. Además, la pandemia del COVID-19 ha ampliado las brechas de género preexistentes y ha reforzado las desigualdades de género.

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Las mujeres de África como motor de la economía informal

Si nos fijamos en el empleo y la economía, las mujeres en África subsahariana subsisten mayoritariamente de la economía informal, y tienen poco o nulo acceso a la propiedad de tierras. En el caso de las tierras para el cultivo, la imposibilidad de ser propietarias tiene importantes consecuencias para su empoderamiento.

La propiedad de la tierra agrícola y el correspondiente poder de decisión son fundamentales para el empoderamiento económico de las mujeres, ya que la tierra no sólo es un elemento esencial para la seguridad alimentaria y la generación de ingresos, sino que también puede servir como garantía para el crédito y como medio de ahorro para el futuro. Cultivar y tener poder sobre la tierra es, además, fundamental para el desarrollo sostenible de las comunidades más empobrecidas de África subsahariana.

No en vano, la tierra agrícola es también un activo social: históricamente, la propiedad de la tierra ha aportado poder político, especialmente en las sociedades agrarias africanas. En este sentido, la escasa propiedad de la tierra agrícola por parte de las mujeres en África determina su falta de agencia, de influencia política y poder en la toma de decisiones.

La igualdad contra los roles de género y las prácticas culturales

Algunos datos que dan ejemplo de la desigualdad económica y social de las mujeres respecto a los hombres los encontramos en el informe Social Institutions and Gender Index 2021 Regional Report for Africa:

  • Porcentaje de la población que está de acuerdo en que los hombres deben tener más derechos a un trabajo que las mujeres cuando los empleos son escasos: 42%.
  • Porcentaje de la población que está de acuerdo en que es mejor para una familia que la mujer sea la principal responsable del cuidado del hogar y de los hijos, en lugar del hombre: 55%.
  • Porcentaje de mujeres que son propietarias de tierra agrícola: 12%. En África Occidental el porcentaje baja al 9%.

En algunos países africanos, según la ley, el marido es considerado el cabeza de familia y el gestor, administrador y propietario de todos los bienes y propiedades, incluidas las parcelas agrícolas y la tierra. Además, las normas sociales discriminatorias y los prejuicios relacionados con el acceso de las mujeres a los mercados, la financiación, la formación y las redes también obstaculizan el espíritu empresarial de las mujeres en África. Las fuertes normas sociales que consideran que los hombres son mejores gestores de empresas que las mujeres -y su interiorización por las propias mujeres- también limitan el espíritu empresarial de las mujeres.

En 2020, la tasa de participación en la población activa era 20 puntos porcentuales inferior para las mujeres que para los hombres en todos los países africanos. Las normas sociales discriminatorias que confinan a las mujeres a las funciones reproductivas y de cuidados están entre las principales causas de esta diferencia. En 2018, las mujeres gastaron, en promedio, cuatro veces más tiempo que los hombres en el cuidado no remunerado y el trabajo doméstico, incluyendo la crianza de los hijos, el cuidado de los miembros enfermos o ancianos de la familia y la gestión de las tareas domésticas.

Además, las percepciones sesgadas de las capacidades de las mujeres y las normas educativas discriminatorias tienden a impedir que las mujeres accedan a un trabajo decente. Esto, las confina a sectores específicos de la economía. Por sectores económicos, y si nos centramos en los países donde trabajamos en África Occidental, vemos que las mujeres se concentran mayoritariamente en empleos del sector servicios (restauración, hostelería, comercio al por menor y otros servicios). Mientras, los hombres acaparan los sectores industriales, logísticos y de explotación de recursos. Es decir, los trabajos que generan más dinero y poder están copados por hombres; y los trabajos precarios y peor pagados los desempeñan, en su mayoría, las mujeres. Este es el caso de países como Togo o Benín.

Benín: mujeres autoempleadas y precariedad laboral

Los datos específicos de Benín son similares (incluso más preocupantes) que los datos de la subregión de África Occidental. En Benín, según el Africa Gender Data Book 2019 del Banco Africano para el Desarrollo:

  • El 95% de las mujeres son autoempleadas, es decir, trabajan por su cuenta de manera informal, sin una fuente oficial ni regular de ingresos.
  • Solamente el 0,7% de las mujeres beninesas generan empleo para terceras personas
  • Menos de 1 de cada 10 (8,4%) tiene acceso a un crédito o a financiación de bancos o entidades financieras.
  • Se considera que el 94,4% de las mujeres beninesas que trabajan tienen un empleo inestable y son vulnerables a quedarse sin ingresos.

En este contexto de desigualdad, las mujeres que padecen enfermedades como las ETD son aún más vulnerables a la pobreza y a la falta de oportunidades. Desde Fundación Anesvad, impulsamos proyectos que tienen en cuenta el empoderamiento de las mujeres y su independencia económica. Entendemos que, si son autosuficientes, contribuirán al desarrollo sostenible de sus comunidades y mejorarán el acceso a la salud de su entorno.

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Mikel Edeso
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