Mujeres, mujeres jóvenes y no tan jóvenes. Todavía en el siglo XXI ser mujer es sinónimo de sometimiento a un sinfín de problemas, estigmas y preocupaciones.
El violeta es el color de la mujer. No se sabe bien porqué. Quizá sea por las telas que se quemaron en aquel fatídico incendio de la fábrica Cotton New York en 1908 en el que fallecieron 129 trabajadoras eran de este color, o si el motivo es otro. Pero lo cierto es que este es el tono que desgraciadamente adquiere la piel de muchas víctimas de la violencia de género.
El 25 de noviembre se ha señalado en el calendario como recordatorio de esta lacra social. Según arrojan las cifras, afecta a cerca del 70% de la población femenina en alguna de sus vertientes.
Y es que las cifras hablan por sí solas. Según la ONU una de cada tres mujeres en el mundo ha soportado violencia física o sexual de algún tipo. Además, cerca de 120 millones de niñas han sufrido el coito forzado u otro tipo de relaciones sexuales forzadas en algún momento de sus vidas. Por no hablar de los 133 millones de mujeres y niñas a las que se les ha sometido a la mutilación genital.
Las mujeres jóvenes, en el punto de mira
Y no se trata ni mucho menos de un problema ‘de otros tiempos’, de ‘otra cultura’: según alertan los últimos datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), cerca del 30% de las jóvenes de entre 15 y 19 años en España ha confesado verse inmersas en espirales de control o maltrato machista. Y conforme van pasando los años, la situación empeora sensiblemente.
¿La solución? La concienciación y el cambio de roles implantados mediante una educación que equipare ambos sexos teniendo en cuenta sus diferencias, una meta a largo plazo cuya base hay que empezar a construir desde hoy.