Las mujeres africanas desempeñan un papel central en el desarrollo del continente, pero siguen sufriendo las consecuencias de la violencia y la discriminación. Urge el compromiso político y social que aseguren su justo papel en sociedad.
Las mujeres hacen avanzar el mundo. Pero el mundo también debe permitir avanzar a las mujeres. La estigmatización de la población femenina en numerosos territorios del continente africano se produce en múltiples ámbitos —social, económico, cultural, político— y se siente en cada cuerpo. Por fortuna, algunas de estas prácticas se encuentran en retroceso; por desgracia, esto no sucede en todas las sociedades ni mundiales ni africanas por igual, ni tampoco en el mismo grado.
Aún hoy, numerosas culturas imponen normas de género tradicionales que las limitan a tareas domésticas, que las confinan a roles estrictos de cuidados familiares o imponen el matrimonio infantil; que, relegándolas a un segundo plano, las alejan de la toma de decisiones comunitarias y de las posiciones de poder. Entre los efectos más drásticos de ese sometimiento se encuentran barbaridades como la mutilación genital femenina.
¿Cuáles son los desafíos de hoy en la lucha por la igualdad de género?
En primer lugar, la concienciación sobre la necesidad de desterrar normas y prácticas rituales que ponen en peligro físico a las mujeres —la mencionada mutilación genital femenina— y otras que perpetúan la desigualdad de género como el matrimonio infantil o la preferencia por los hijos varones. En materia de salud, las tasas de mortalidad materna siguen siendo altas en muchas partes de África debido a la falta de acceso a atención sanitaria adecuada y servicios de salud reproductiva, y el SIDA sigue siendo fuente de estigma y amenaza.
En paralelo, la erradicación de la violencia de género —una lacra que afecta y atañe a todas y todos— es quizá parte del mismo problema y forma también parte de los desafíos.
También está la aspiración de no discriminación en el empleo en sectores dominados por hombres, circunstancia clave para que ellas puedan tener las mismas aspiraciones de desarrollo personal, profesional y económico. Muchas mujeres trabajan en el sector informal, donde los empleos son inestables, mal remunerados y carecen de protecciones laborales básicas. Las mujeres cuentan, en definitiva, con menos recursos.
¿Cuál es el impacto de la educación en la emancipación de las mujeres?
Todo empoderamiento presente —y sobre todo futuro— pasa por la educación. De ahí que haya que extender los desafíos en este campo: debe estimularse el acceso escolar (las tasas de abandono siguen siendo altas en niveles secundarios y superiores entre las mujeres debido a factores como la pobreza, el matrimonio infantil y la necesidad de trabajar) y la calidad de la educación (muchas veces deficiente y desarrollada en entornos inseguros debido al acoso y la violencia de género).
Estas tareas deben ser logradas entre los miembros de las comunidades y las instancias políticas que las gestionan.
La mujer africana como protagonista del desarrollo social y económico
Con todo, las mujeres africanas reclaman su papel y se fortalecen en diversas áreas. Esto es patente en la gran política —Etiopía, Namibia y Gabón han elegido recientemente a dirigentes mujeres; el 60% del parlamento de Ruanda está constituido por mujeres, y en Uganda y Tanzania más del 35%— y en la presencia en ese escenario de personas del carisma y poder de Ellen Johnson Sirleaf (ex presidenta de Liberia) y Ngozi Okonjo-Iweala (directora general de la OMC).
En una escala menor, pero tanto o más importante, en países como Nigeria y Kenia las mujeres están a la vanguardia de las startups tecnológicas y el comercio electrónico. Son ellas las más acostumbradas a acceder a microfinanzas y dinamizar cooperativas, a expandir negocios y tomar iniciativas. Iniciativas como She Leads Africa y AkiraChix, que están capacitando a mujeres en habilidades tecnológicas, hablan a favor de esta pujanza.
Las mujeres africanas son líderes naturales; es cuestión de tiempo y esfuerzo —un esfuerzo de todos y todas— revertir las normas sociales y culturales que tradicionalmente las han marginado. Así el mundo evolucionará hacia un modelo más equitativo y sostenible.