2014-2015 será recordado en Liberia como el bienio del ébola. También dejó lecciones importantes sobre cómo afrontar esta y otras epidemias en el futuro.
Después de la gestión de sus primeros presidentes —William Tolbert, Samuel Kanyon Doe y Charles Taylor: los dos primeros encarcelados y el tercero huido al exilio—, y de afrontar dos guerras civiles seguidas (entre los 90 y los dos miles), Liberia aún tuvo que soportar una crisis de extrema gravedad: la del ébola. A los enormes problemas estructurales de violencia y corrupción que desde su fundación afronta el país se sumó en 2014 esta grave epidemia, que dejó más de 11.000 muertos entre 2014 y 2015.
La devastadora llegada del Ébola a Liberia en 2014
El 9 de mayo de 2015, 42 días después de la inhumación del último caso confirmado en laboratorio, la OMS declaró terminada la epidemia de ébola en Liberia. Con independencia de la ferocidad del brote, la interrupción de su transmisión fue un logro extraordinario para el país, que superaba así la mayor emergencia relacionada con este virus desde 1976. Durante el período culminante de la transmisión, en agosto y septiembre de 2014, el país llegó a registrar hasta 400 casos por semana, no solo en Monrovia, la capital, sino en cada uno de los quince condados del país.
Los esfuerzos realizados en aquel período —atribuibles ante todo a los médicos y enfermeros, que no dejaron de tratar a los pacientes incluso cuando los equipos de protección personal y la capacitación para utilizarlos en condiciones de seguridad fueron insuficientes— tuvieron un alto coste: un total de 375 profesionales sanitarios resultaron infectados. 189 de ellos perdieron la vida.
Tras aquello, funcionarios del área sanitaria mantuvieron un alto nivel de vigilancia para detectar posibles nuevos casos. Los cinco laboratorios del país dedicados al ébola analizaron unas 300 muestras por semana; todas, por fin, negativas.
El cambio en las medidas Sanitarias en Liberia
La traumática experiencia vivida no solo hizo posible el éxito de la respuesta de Liberia al ébola, sino el desarrollo de protocolos para la minimización de posteriores epidemias o incluso pandemias (en 2020 llegaría el Covid-19). Para ello fue decisivo el liderazgo de la presidenta Sirleaf, que reconoció rápidamente la enfermedad como una amenaza para el país, al que movilizó a través de apariciones públicas y frecuentes comunicados públicos.
Por extensión, las autoridades sanitarias reconocieron rápidamente e impulsaron la participación comunitaria, trabajando al mismo tiempo con sus equipos de cara a conseguir el apoyo de los jefes de aldeas, líderes religiosos, asociaciones de mujeres y otros colectivos.
Otro factor de importancia fue la disposición solidaria, no por insuficiente poco importante, de recursos financieros, logísticos y humanos que posibilitaron aumentar la capacidad de laboratorio e incrementar los equipos de rastreo de contactos e inhumaciones en el país y frenar en lo posible la evolución del brote. Pese a haberse ignorado el peligro inicial del brote por parte de la comunidad internacional y a que la acción tuvo como fin impedir que la epidemia llegara a Occidente, se enviaron 3.500 millones de euros con el fin de evitar la propagación.
Con todo esto, los liberianos aprendieron una lección de la que todos nosotros bien deberíamos tomar nota: el trabajo en comunidad y la puesta en práctica de los conocimientos adquiridos es la mejor arma contra cualquier epidemia.