Todos sabemos que el reciclaje es más que necesario para proteger el medio ambiente pero, ¿te has parado a pensar en las consecuencias de no hacerlo? Una de ellas es degradar el suelo de los países subsaharianos y la vida de sus habitantes. Aquí te explicamos por qué.
Separar nuestros residuos y llevarlos a su correspondiente contenedor —ya sea desde casa o desde el trabajo— no solo es un gesto de responsabilidad sino de sentido común. Nuestro compromiso con el reciclaje —ya sabes que el papel y el cartón van al contenedor azul; el plástico al amarillo; el vidrio al verde— tiene un efecto exponencial con el medio ambiente.
¿Cómo ayuda al medio ambiente el reciclaje?
Reciclar, en primer lugar, limita la sobreproducción, lo que incide inmediatamente en el deterioro de nuestro planeta: se salvan bosques, se evita la emisión de gases de efecto invernadero, se protege la capa de ozono. En paralelo, se produce un ahorro económico debido al ahorro de energía (reciclar una tonelada de papel en lugar de producirlo desde cero evita un gasto de unos 4000 Kw de electricidad). Aparte, obviamente, disminuye el volumen de residuos a eliminar.
Además, se limita el uso de materias primas escasas y/o tóxicas, como agua, aceite y químicos, y se reduce la contaminación de nuestros mares y océanos. No solo es la vida del planeta, sino la nuestra propia la beneficiada. Hasta creamos empleo: el reciclaje ampara una industria con múltiples perfiles.
El reciclaje en España tiene impacto en África
La ciudadanía española tiene más motivos de orgullo que de lo contrario: con un 60% de nuestros residuos —que son unos 442 kg por persona/año—, somos el sexto país que más recicla en Europa. Pero no nos demos por satisfechos: pensemos que siempre podemos hacer más. El futuro lo exige.
La reciente pandemia por Covid 19 nos lo hizo ver claro. Es cierto que decreció la actividad de la industria del reciclaje debido a las limitaciones de viaje para las mercancías; según Cinzia Vezzosi, presidenta de EuRIC (la patronal europea del reciclaje), “la industria del reciclaje se vio muy afectada por la crisis de la pandemia. Aunque nuestras empresas fueron reconocidas como esenciales en toda Europa, el cierre de las actividades provocó una interrupción de nuestra cadena de suministro, por un lado, y de las ventas, por el otro”.
Pero no es menos cierto que durante un período tan duro tomamos conciencia como nunca de la importancia de nuestros hábitos de reciclaje. Ahora reciclamos más y también otros tipos de residuos. Según el estudio de Ecoembes “La sostenibilidad, el compromiso medioambiental y el reciclaje tras la COVID-19”, dos millones y medio de españoles empezaron a reciclar nuevos residuos durante el confinamiento (el 45,4% con plástico, latas y briks; otro 28,6% con los envases de papel y cartón).
Ser más racionales en nuestra costumbre de usar y tirar, redirigiendo nuestro comportamiento hacia la reutilización —cosa que hemos hecho un 25% más en el ámbito de los dispositivos electrónicos, por ejemplo— es vital. Pensemos en África, continente receptor de buena parte de las 352.000 toneladas de residuos tóxicos que Europa genera cada año. El delta del Níger es una zona particularmente afectada por este hecho, culpable en buen grado de la contaminación del aire y del agua, la desertificación y la deforestación. Nigeria es un país muy afectado, como lo es también Ghana, en cuya capital, Accra, en el barrio de Agbogbloshie, se encuentra el mayor vertedero de basura electrónica del continente. Nos urge entender que todos los dispositivos que con tanta frecuencia cambiamos por modelos más avanzados —y no solo hablamos de teléfonos, ordenadores y televisores, sino de electrodomésticos y hasta coches—, suelen acabar en estos territorios degradando sus suelos, castigados de por sí por sus condiciones medioambientales severas.
El problema no tiene una solución sencilla ni inmediata, pero todo esfuerzo por nuestra parte influye rápida y positivamente. Reciclar una tonelada de teléfonos móviles sin batería, por ejemplo, evita la emisión de más de ocho toneladas de CO2. El camino está claro: hay que seguir separando tanto como podamos. Nos va la vida en ello.